Reflexión “Ni una menos”, por Juan Solá.
Cuando voy por la calle y camino detrás
de vos me pongo nervioso porque sé que no te gusta darte cuenta que llevás un
tipo en la espalda. Me alejo, trato de pasarte
rápido, lo más rápido posible, para que sepas que no hay razón para asustarse, que
soy inofensivo, que vengo con los ojos hundidos en alguna imagen que nada tiene
que ver con la tuya.
Cuando el subte se llena y te apretás a
mi lado me da miedo rozarte la falda con mis dedos, torpes y distraidos.
Entonces, pongo las manos en los bolsillos y viajo así, como diminuto, o tal
vez como disminuido del susto, retorciendo el cuerpo para acomodarme en el
frasco como se retuerce la arena adentro de uno de esos souvenirs de ciudad
balnearia.
Cuando te veo venir de frente, llevo la
mirada a la vereda y espero así hasta que cruces. Te percibo por el rabillo del
ojo, como escapando, consciente de que a lo mejor suspirarás con alivio porque
no me escuchaste comentar cuán corta es tu falda o cuán grandes son mi ganas de
que tu feminidad bastardeada me haga macho.
Cuando la ciudad es muy grande y se me
ha perdido una calle y te veo ahí, de pie, esperando el colectivo, me acerco
pisando fuerte las baldosas flojas para que notes mi presencia. Te pregunto de
lejos, levantando la voz, si sabés cuál es Curapaligüe. Nunca me aproximo
demasiado por miedo a tu miedo. Y vos me respondés que no, que ni idea, y no
disimulás esas ganas desconfiadas de ver cómo me alejo por Rivadavia hasta
perderme de vista.
Cuando subís al colectivo a las dos de
la mañana y somos sólo hombres los que viajamos yo te veo poner los ojos en el
piso porque no querés cruzarlos con la mirada lasciva de nadie, después de
haber laburado tantas horas, con este frío que se roba un poquito la esperanza.
Las calles que para mí son venas de
cemento para vos son el campo de una batalla eterna por llegar a casa a salvo.
Los auriculares que separan mis pensamientos del mundo, para vos son escudo
entre tu cuerpo y sus silbidos (...) Pero yo no soy cómplice, te lo prometo.
A veces escucho que alguno te grita algo
y lo miro con impaciencia. Casi siempre son más grandotes que yo y de seguro me
cagarían a trompadas, pero si se te vinieran encima igual te defendería. Yo y
muchos otros, en serio.
Porque no estás sola. Porque nosotros
entendemos que tu libertad ficticia es nuestra libertad incompleta y que si no
somos iguales no es porque no querramos, sino porque no nos dejan.
Vení, caminá conmigo, vamos a tomar las
calles juntos para que el mensaje reverbere en los rincones de esta ciudad
adormecida por el hedor del prejuicio, silenciada por la comodidad de la
sumisión a la que te han condenado, conforme con la ficción de cine de terror,
donde las rubias siempre son ingenuas y las negras siempre mueren primero.
Vení, caminá conmigo, uno al lado del
otro, para que cuando me toque ir detrás de vos no me pienses amenaza, sino
compañero.
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